En la secundaría tomé el taller de Dibujo técnico, si bien
me encantaba dibujar, mi profesora no hacía de mi clase la más entretenida.
Mis compañeros eran 10 hombres y sólo me acompañaba una
chica, y como la mayoría de las chicas aprende justo antes de los 15, los
hombres suelen ser fáciles de manipular.
Por eso me fue muy fácil convencerlos de evitar la clase; el
plan era sencillo, bloquearían el
candado de la puerta con trozos de pasto y así nadie tendría que pasar las 2
horas de taller sentado en un banco duro frente a un restirador.
El plan fue exitoso, nadie delató a nadie y pasamos el rato
jugando en las canchas de la escuela. Pero la profesora estaba tan molesta
porque habíamos arruinado su candado que mandó a llamar a nuestros padres,
claro después de comprar otro candado pagado por la sociedad de padres. La junta
nos dio otras dos horas para desperdiciarlas en juego y rizas.
La mejor parte fue que los padres de todos los del grupo
tampoco estaban contentos con el desempeño de la maestra; si bien a ellos no
les hablaba feo, todos se quejaron por el costo de los materiales, por la excesiva
carga de trabajo que nos ponía, por lo exigente que era en revisar la
alineación de un polígono, y de lo inútil que era comprar espejos para un cubo.
Al final cerrar la puerta resultó mejor de lo que esperaba,
pues una maestra que había sido de hierro para generaciones pasadas; tuvo que mejorar
su tono y carácter conmigo y mis compañeros, haciendo de las horas de taller
mas llevaderas.
Niajajajaja lo que les pasa por gruñas
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