lunes, 9 de enero de 2012

Un pequeño cuento

Muéganitos

Mi hermana me comentó que criaba búlgaros. Dijo que con ellos se podía hacer yogur natural. Y que si lo combinaba con frutas y mermeladas encontraría un postre muy sano. De buena fe me regalo unos cuantos. Parecían pequeñas bolitas de nieve seca (unicel) muy juntos.
 

Los lleve a mi cocina, seguí las instrucciones para cuidarlos, los alimenté con leche,  e investigue en Google sobre ellos. Como desde niña a todo le pongo nombre se llamaban Muéganitos; claro por juntitos.
Al principio comer el yogur que de ellos salía no me gustaba; me revolvía la pansa pensar que mis Muéganitos eran hongos. Pero unos días después y 3 cambios de recipiente (por uno más grande) termine adorando mi yogur de Muéganitos en la mañana.
Un día mientras desayunaba en la cocina y veía que tanto habían crecido mis Muéganitos. Me puse a escuchar el canto de un pájaro, cuyo nido estaba firmemente sujeto a la cornisa de una ventana en el edificio de departamentos al lado de mi casa.
Lo escuchaba intrigada y curiosa; pues en realidad es extraño oír el canto de un ave sobre el ruido de los coches en la avenida.  Pero el sonido del teléfono me extrajo del encanto del pajarillo. Para contestar rápido, deje distraídamente el frasco de mis Muéganitos y mi taza de yogur matutina junto a la ventana abierta.
Cuando conteste eran los queridos amigos del banco, que tan temprano, ya querían ofrecerme un servicio extra para endeudarme. Lo más cortes que me salió la voz les dije que no me interesaba. Y regrese a terminar mi desayuno.

Entrando a la cocina ¡Vi al avechucho comiéndose mi desayuno! Con sus patitas sobre mis blancos Muéganitos. El canijo alzó el vuelo justo cuando entre, tirando algunos búlgaros al suelo y llevándose otros en las patas. Probablemente también le asustó el grito que, de la admiración, me salió del pecho.
Limpie todo y pasó.
Y unos días después mi digestión había mejorado, como mi hermana lo prometió. Seguía comiendo de los Muéganitos; pero eso sí con la ventana cerrada.
Pero al final del mes, un día que salí hacia mi trabajo; algo en la pared del edificio del alado, donde estaba acostumbrada a ver el nido del avechucho roba desayunos, se veía diferente. A lo lejos parecía que habían resanado la pared, y descuidadamente habían dejado una plasta de yeso en la cornisa. Pero como tenía prisa ya no mire con atención.
Cuando llegue en la noche la farola en el poste de luz frente a mi puerta estaba fundida, pensé que en la mañana lo reportaría al jefe de manzana. Usando la luz del celular para ver bien la chapa, entre a mi casa, más bien a tientas.
Deje mi bolsa en la sala, entre al baño a desmaquillarme; me puse la pijama y caí a los brazos de Morfeo, con el teléfono en las manos para dar un último vistazo a mis actualizaciones de  Facebook.
Esa noche soñé que estaba nevando en mi casa. Que construía un iglú en mi sala. Pero en mi sueño apareció un bombero gritándome que si estaba bien.

Desperté pensando que la alarma de mi teléfono tenía un volumen demasiado alto. Lo encontré, buscando a tientas sobre mis costillas, pero lo raro es que no vibraba.
Cuando por fin abrí los ojos me pareció que el techo estaba muy abajo. Pero no era cierto, mi cama era la que se encontraba flotando. No; no flotaba…
¡Estaba sobre una pila de Muéganitos!
Estaba asustada y comencé a gritar, me puse pálida, me hinqué en la cama sujetando la almohada como espada y escudo a la vez.  Giraba en todas direcciones, con la esperanza de ver una salida;  intentando ver donde no había Muéganitos.
Entonces fue cuando vi al bombero que me gritaba desde la ventana, afuera había sonido de sirenas, luces de patrulla, ruido, gritos, y dentro:
 ¡Muéganitos por todas partes!
Mi casa salió en los periódicos del día siguiente, científicos de todo el mundo pidieron muestras de lo que quedó de mis Muéganitos; después de que los bomberos los rociaron con agente extintor de incendios dejaron de expandirse, expedían un aroma a leche podrida, la aseguradora pago los daños a mis muebles y después de conectar horas el ventilador y comprar cajas de desodorante para interiores, cloro y aromatizantes; mi casa volvió a ser habitable.
Al pajarito no lo volví a ver. Dejé de comer yogur y cualquier cosa que venga de la leche.
FIN