Nuestro
juego comienza frente al altar metálico “escenario” el lugar desde donde el
nuevo sacerdote, un DJ que dirige la ceremonia al Dios de la música y el espacio-tiempo.
Los fans más osados y apasionados se instalan en primera fila.
Los feligreses
se acercan, entes solitarios, parejas, grupos con formaciones dispares, se
alinean en polígonos irregulares, cuyos vértices son las almas unidas por el
sonido. Algunos se destacan por vestimentas atípicas: disfraces de tiburón, máscaras
de venado, pandas, un hombre-coyote; sombreros de recolectores de arroz,
sombreros de copa que emulan a Lincoln, tejanas aterciopeladas, bombines, y
sombreros de playa.
Pero la
mayoría de los que se reúnen en el tablero a jugar, son tan bizarros y únicos
que se vuelven comunes; masas hermosas que cantan y se contonean bajo ritmos
sintéticos. Se juntan, como piezas de tetris, llenando los espacios, formando
líneas.
Para comulgar
están las pelotas, enormes esferas plásticas, que se mueven de aquí para allá,
impulsadas por brincos, palmas, golpes; un simple juego, en el que participamos
todos.
Cuando por
fin se ha reunido la masa, el escenario se santigua, de los altavoces emana una
energía mística que viaja en ondas por el aire y los cuerpos, haciendo vibrar
los huesos y explotar los oídos.
Con el
viento se esparce hielo seco, el nuevo incienso que purifica el espacio, al
llegar al público, se combina con aromas de cigarros de tabaco y mariguana, con
olores corporales. Fluye en nubes iluminadas por láser verdes y rojos.
Las luces
se mueven al ritmo de los sonidos, y embriagan el sentido de la vista con su
intensidad, destellos, siempre intensos.
Si tomas
un respiro y te alejas de la masa; caminas con esfuerzo entre los danzantes,
hasta un remanso a las orillas, ahí aun se aprecia el momentum, puedes ver al “duende
en el escenario”; pero a esa distancia vuelves a tomar conciencia de tu yo, y
entonces aprecias el espectáculo de una forma diferente.
Observas
como las luces del escenario no han opacado el brillo de las estrellas, que
gracias a una noche despejada se pueden apreciar. Distingues a Casiopea, la Osa
mayor u alguna otra constelación.
Tomas aire, y distingues al dios en tu
interior, y a ese Dios conjunto que se agita en la música, los fans, las luces
e incluso en la electricidad que todo aquello requiere para funcionar.
Una revelación
te dice que es el mismo Dios el de las estrellas, el del pasto bajo tus pies;
las luces y la personas reunidas frente a ti, se transforman en imágenes de
electrones, de partículas elementales, ves la electricidad en ellas, en ti. Incluso
te parece percibir levemente el espacio, y la interacción de los cuerpos bajo
la gravedad.
La música te
lleva a un máximo, y vuelves a distinguir que sigues entre la masa, eres un
cubo en las líneas centrales, eres de color amarillo, y has rellenado un
espacio.
Eres parte
de la línea, estas enmedio, eres masa; bailas. Lanzas un grito de júbilo.
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