El sol de invierno, acrecentaba el desagradable olor que
emanaba de aquel hombre, traía incontables trapos encima, caminaba en zigzag
hasta que decidió que un tronco caído sería para él un trono.
Los árboles tenían hojas de color amarillento y los troncos
secos, oscuros. El viento frío calaba los huesos y daba a la atmosfera el tono
gélido y muerto; el encorvado hombre se empino la botella, eructó y arrastrando
las palabras dijo: “Usted es buena persona, regala buenos pomos.”
Volvió beber, esta vez unas cuantas gotas le rodaron en la
barba crecida y mugrienta – Quería que le contara dónde vivo, yo me quedaba en
Revolución, ahí donde dicen que está la tumba del muertito ese Don Venus. Tenía
mis cartones y mis cobijas, uno se tiraba y se echaba una jetita muy buena;
luego no me quedaba solo. Venían unas rucas, y se quedaban conmigo; cogían
rico.
Pero pinches puercos, me sacaron, y luego por más que me
acercaba me volvían correr, cuando estuvo la obra los albañiles no se ponían
tan rudos, pero los pinches puercos. Hijos de la chingada, sacaban sus palos y
si te acercabas más te chingaban; ayer nos corrieron a todos, a los 20 que
vivíamos ahí.
Luego ya pusieron unas fuentes, se veían chidas con sus
colores, y hasta uno se podía bañar, pero pinche agua estaba re-helada. Un día
me encontré una credencial, y que me voy a formar con los que viejitos pa´que
nos dieran las despensas, así pues ya tenía que comer y todo, se vivía bien a gusto
ahí con Don Venus.
Me moví porque ayer, llegaron unos jijos a querer cobrar,
que porque era su territorio, como si fueran perros, me madrearon, y pus me
tuve que ir. Se quedaron mis cartones y mis cobijas, tanto pinche trabajo que
me costaron. Hasta las Rucas se quedaron…
Caminé un chingo, pero tiene razón aquí no está tan mal,
aunque no hay ni pinche alma. - Dio otro trago y tentó el tronco donde estaba
sentado, buscó alrededor y después de juzgar que era seguro, cambió de posición
y se acostó en la tierra. – Ayer ya tenía hambre, y que veo a una ruca con su
bolsa del walmart, se la jale y que me pega aquí – señalando su pecho- con otra
bolsota que traía, me dolió un chingo, y que le saco un fierro, y la vieja que
se pone de gritona hasta que llegó un puerco, y otra vez que me corre, y me
quede sin comer.
Ayer caminé un chingo, de este lado ya no hay ni almas, pero
la basura que tiran ahí me va a servir, luego ni se dan cuenta que tiran,
aunque para ir al lugar donde me compran las latas y las botellas está bien
pinche lejos, tendré que caminar un chingo.
La botella casi estaba vacía, pero el vago aun la abrazaba
como su mayor tesoro. – Usted es buena gente, regala buenos pomos, también su
perro es buena gente, se queda quietecito donde usted le dijo, usted es buena
gente, da buenos pomos, quería que le contara donde vivo…
La sombra cubría el rostro del interlocutor, y como
respuesta solo dio un sonido, mescla de un beso y un chasquido de labios. El
perro no necesitó más y se abalanzó sobre el vago, este gritó e intentó
defenderse, pero nada evitó que los colmillos del can se clavaran en la yugular
del hombre.
La botella rodó por el piso, derramando las últimas gotas,
quedó bajo un rayo de sol, la luz se refractaba y bañaba de colores la escena;
cuando aquel hombre dejó de moverse, el can regresó con su amo. Con ternura
éste le limpió el hocico, y le dio un premio para perros, los dos volvieron
sobre sus pasos.
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